Como cada invierno desde tiempos inmemoriales, cientos de ballenas grises y decenas de jorobadas emprenden un viaje de más de 16 mil kilómetros desde las frías aguas de Alaska hasta las tibias lagunas de la costa oeste de Baja California Sur, lo que se conoce como una de las migraciones animales más impresionantes del planeta.

Su principal destino son los santuarios de las lagunas de Ojo de Liebre en Guerrero Negro, que se localiza a media península en la frontera con el estado de Baja California; las de San Ignacio, más al sur, y las lagunas de Bahía Magdalena, situadas a unas 3 horas y media por carretera al oeste de la ciudad de La Paz.

No pocos de estos magníficos cetáceos prolongan su viaje hacia el sur, para incursionar en el Golfo de California o Mar de Cortés, la mayoría de las veces junto con sus primas las ballenas jorobadas que suelen aparecer primero en la zona sur, pueden ser avistadas desde las piscinas y playas de Los Cabos, y otras localidades de las costas que lo bordean, lo que representa una excelente oportunidad para los prestadores de servicios turísticos que ofrecen al visitante la posibilidad de vivir la experiencia de estar cerca del mamífero marino más grande de los mares.

Mientras algunas de estas ballenas grises dan a luz a sus ballenatos aprovechando la tranquilidad de las lagunas y su alta densidad salina que les permite flotar con mayor facilidad, otros se aparean para continuar cumpliendo, año con año, con su ciclo natural.

Los ballenatos nacen de cola, miden aproximadamente 4.5 metros y pesan alrededor de una tonelada. Las madres amamantan a los ballenatos durante seis a ocho meses. Cuando la hembra llega a la madurez sexual, alrededor de los ocho años de edad, es capaz de parir un ballenato cada dos años y el resto del tiempo se alimenta y busca aparearse nuevamente.

Este cetáceo llega a medir hasta quince metros y pesar casi cuarenta toneladas. En dos ocasiones, durante los últimos 120 años fueron salvajemente perseguidas para cazarlas hasta casi su extinción. Balleneros ingleses y estadounidenses emprendían cacerías brutales en busca de su carne, grasa y barbas para elaborar diversos productos industriales y para el consumo humano. Ahora, su presencia continua en las aguas mexicanas gracias a que México decretó, en el año 2000, que sus mares territoriales fueran un refugio permanente para todas las ballenas convirtiéndose en el primer país del mundo que se declara abierta y oficialmente como protector de ellas.

Durante más de cuatro meses, de noviembre a abril, desde Los Cabos, La Paz o Loreto es posible seleccionar entre varios paquetes que tienen preparados diversas empresas especializadas, para realizar una expedición a cualquiera de los santuarios.

La actividad del avistamiento de ballenas está debidamente controlada en cada uno de los santuarios. Tanto en Bahía Magdalena, donde se localizan los puertos de San Carlos y López Mateos, como en San Ignacio y Guerrero Negro, las cooperativas y otros prestadores de servicios turísticos que se dedican a llevar a los visitantes para tener un encuentro cercano con ellas, cuentan con todas las medidas de seguridad reguladas por las autoridades ambientales que vigilan permanentemente para evitar accidentes y que las ballenas no sean perturbadas durante los paseos.

Flanqueadas por impresionantes paisajes nos muestran orgullosas a sus ballenatos, que durante los cuatro meses que dura su permanencia en estas aguas, los alimentan y enseñan a nadar y respirar, preparándolos para su largo viaje de vuelta hacia el norte. Sí, las ballenas en Baja California Sur parecen gozar del entorno compartiéndolo con nosotros los humanos. Parecería que se empeñan en comunicarnos el mensaje esencial de la naturaleza, que es el de fundirse con ella sin alterarla para el disfrute de todos.

Empezamos a creer como una lección de ellas aprendida que, desde su singular inteligencia se acercan a nosotros con gentileza y confianza para recordarnos que nuestra supervivencia depende de su propia supervivencia. Porque viajamos ¡untos en el tiempo y en esta enorme esfera de la biósfera que llamamos tierra y que será para el visitante la experiencia más fascinante de su vida a través de sentir una mirada entre el aire y el mar.

Armando Figaredo. (Abril de 2011). Una Mirada entre el Mar y el Cielo. Tendencia El Arte de Viajar. (Vol.2), p. 26-28. Recuperado de http://tendenciaelartedeviajar.mx/ediciones/tendenciat02/